lunes, 1 de octubre de 2012

DEMONIOS DETRAS DE LAS IMAGENES....ES BIBLICO

El Catecismo requiere que todo católico "venere" estatuas o imágenes de Cristo, de María y otros:
"Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el Misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de salvación, es a El a quien adoramos. A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados" (pp. 344-345, #1192).
Independientemente del propósito de las imágenes, una cosa es cierta —son una transgresión a las instrucciones de Dios. Cuando Dios dio los Diez Mandamientos, el segundo fue:
"No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra." (Exodo 20:4).
Dios también ordenó:
"y no te erigirás estela, cosa que detesta Yahveh tu Dios." (Deuteronomio 16:22).
La Biblia concluye que aquellos que hacen o tienen estatuas, están corrompidos:
"Tened mucho cuidado de vosotros mismos: puesto que no visteis figura alguna el día en que Yahveh os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a pervertiros y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea: figura masculina o femenina" (Deuteronomio 4:15-16).
Dios declara su posición una vez más:
"Guardaos, pues, de olvidar la alianza que Yahveh vuestro Dios ha concluido con vosotros, y de haceros alguna escultura o representación de todo lo que Yahveh tu Dios te ha prohibido" (Deuteronomio 4:23).
La Palabra de Dios también prohibe expresamente que las personas se inclinen ante las imágenes, lo cual es común en la Iglesia Católica. Cada vez que usted vea al papa inclinado ante la imagen de María, debe pensar en este versículo de las Escrituras:
"No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso..." (Exodo 20:5).
Algunos, tratando de justificar el culto a las imágenes, dicen que si tuviéramos que cumplir literalmente el segundo mandamiento, ni siquiera podríamos tener fotografías de nuestros amigos y seres queridos. La Biblia aclara este punto en un pasaje que especifica cuáles imágenes condena. Las imágenes prohibidas son las que el pueblo venera o adora:
"No os hagáis ídolos, ni pongáis imágenes o estelas, ni coloquéis en vuestra tierra piedras grabadas para postraros ante ellas, porque yo soy Yahveh vuestro Dios." (Levítico 26:1).
Respecto a los querubines sobre el arca del pacto, estos eran refinadísimas obras de arte que representaban criaturas angélicas de forma humana y gloriosa belleza, hechas en todo detalle ‘conforme al modelo’ que Moisés recibió del propio Yahveh. (Éxodo 25:9.) El apóstol Pablo dice que eran “querubines gloriosos que cubrían con su sombra la cubierta propiciatoria”. (Hebreos 9:5.) Estos querubines en realidad estaban relacionados con la presencia de Yahveh:
"Allí me encontraré contigo; desde encima del propiciatorio, de en medio de los dos querubines colocados sobre el arca del Testimonio, te comunicaré todo lo que haya de ordenarte para los israelitas." (Éxodo 25:22; Números 7:89.) Por eso se decía que Yahveh estaba “sentado sobre [o, entre] los querubines”. (1Samuel 4:4; 2Samuel 6:2; 2Reyes 19:15; 1Crónicas 13:6; Salmos 80:1; 99:1; Isaias 37:16.) De manera simbólica, los querubines eran “la representación del carro” sobre el que Yahveh montaba (1Crónicas 28:18), y las alas de los querubines conferían tanto protección como rapidez al viajar. En consonancia con eso, en una canción poética David aludió a la rapidez con la que Yahveh fue en su ayuda diciendo que “vino cabalgando sobre un querubín, y vino volando [...] sobre las alas de los vientos”. (2Samuel 22:11; Salmos 18:10.)
Respecto a la serpiente de cobre, esta fue una figura o representación de una serpiente hecha de cobre por Moisés mientras Israel viajaba por el desierto. Cerca de la frontera de Edom, el pueblo demostró un espíritu rebelde, quejándose del maná y el suministro de agua que se les había provisto de forma milagrosa. Por consiguiente, Yahveh los castigó enviando serpientes venenosas, y muchos murieron a consecuencia de sus mordeduras. Cuando el pueblo mostró arrepentimiento y Moisés intercedió por ellos, Yahveh le dijo a Moisés que hiciese una figura con forma de serpiente y la colocase sobre un poste-señal. Moisés obedeció, y “sucedió que si una serpiente había mordido a un hombre, y él fijaba la vista en la serpiente de cobre, entonces se mantenía vivo”. (Números 21:4-9; 1Corintios 10:9.)
El hecho de que no se trataba de un elemento de adoración se desprende de lo que ocurrió mas adelante. Los israelitas conservaron la serpiente de cobre, y con el tiempo la utilizaron de modo impropio, pues la adoraron y le ofrecieron humo de sacrificio. De ahí que el rey judaíta Ezequías (745-717 a. E.C.) hiciera machacar y reducir a pedazos la serpiente de cobre —que tenía más de setecientos años— como parte de sus reformas religiosas, pues el pueblo la había convertido en un ídolo. De acuerdo con el texto hebreo, el relato de 2 Reyes 18:4 dice de forma literal: “Él (uno) empezó a llamarlo Nehustán”, por lo que la gran mayoría de las versiones castellanas han dejado esta palabra sin traducir. No obstante, en el léxico de Koehler y Baumgartner, los significados que se apuntan para el término hebreo nejusch·tán son “serpiente de bronce” e “ídolo-serpiente de bronce”. (Hebräisches und Aramäisches Lexikon zum Alten Testament, Leiden, 1983, pág. 653.) Por eso, la Traducción del Nuevo Mundo dice correctamente que a la serpiente de cobre “solía llamársele el ídolo-serpiente de cobre”.
Jesucristo dejó claro el significado profético de ese incidente que ocurrió en el desierto relacionado con la serpiente de cobre cuando dijo a Nicodemo:
"Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna." (Juan 3:13-15).
Tal como Moisés colocó la serpiente de cobre sobre un poste en el desierto, el Hijo de Dios fue fijado en un madero, dando ante muchos la apariencia de ser un malhechor y un pecador despreciable como una serpiente, alguien maldito. (Deuteronomio 21:22, 23; Gálatas 3:13; 1Pedro 2:24.) En el desierto, cualquier persona a la que hubiera mordido una de las serpientes venenosas que Yahveh envió a los israelitas tenía que mirar a la serpiente de cobre con fe. De manera similar, para obtener la vida eterna mediante Jesucristo, es necesario ejercer fe en él.
Dios no condena el hacer estatuas, Él condena el rendirles adoración o venerarlas; una estatua es inerte y no es rival para Dios.
El texto que mejor desarrolla las razones por las que Dios prohíbe el culto a las imágenes se encuentra en el libro de Isaías:
"El forjador trabaja con los brazos, configura a golpe de martillo, ejecuta su obra a fuerza de brazo; pasa hambre y se extenúa; no bebe agua y queda agotado. El escultor tallista toma la medida, hace un diseño con el lápiz, trabaja con la gubia, diseña a compás de puntos y le da figura varonil y belleza humana, para que habite en un templo. Taló un cedro para sí, o tomó un roble, o una encima y los dejó hacerse grandes entre los árboles del bosque; o plantó un cedro que la lluvia hizo crecer. Sirven ellos para que la gente haga fuego. Echan mano de ellos para calentarse. O encienden lumbre para cocer pan. O hacen un dios, al que se adora, un ídolo para inclinarse ante él. Quema uno la mitad y sobre las brasas asa carne y come el asado hasta hartarse. También se calienta y dice: «¡ Ah! ¡me caliento mientras contemplo el resplandor!» Y con el resto hace un dios, su ídolo, ante el que se inclina, le adora y le suplica, diciendo: «¡Sálvame, pues tú eres mi dios!» No saben ni entienden, sus ojos están pegados y no ven; su corazón no comprende. No reflexionan, no tienen ciencia ni entendimiento para decirse: «He quemado una mitad, he cocido pan sobre las brasas; he asado carne y la he comido; y ¡voy a hacer con lo restante algo abominable! ¡voy a inclinarme ante un trozo de madera! A quien se apega a la ceniza, su corazón engañado le extravía. No salvará su vida. Nunca dirá: «¿Acaso lo que tengo en la mano es engañoso?»" (Isaías 44:12-20; ver también Isaías 46: 5-9 y Salmos 115: 1-8).
Frente al espíritu supersticioso de las demás religiones, el judaísmo se presenta como una religión mucho más racional y desmitologizadora. La Biblia no contemporiza con la idolatría, sino que se burla de ella. Esta sátira es de aplicación universal e intemporal.
El pasaje, como otros, más que atacar el culto a los dioses falsos, pone todo el acento en la vanidad de la imagen (cualquier imagen) como objeto de culto. Pues el peligro de que advierte Yahveh no es sólo el de los dioses falsos, sino el de las imágenes en sí, como se aprecia en Deuteronomio 4: 15 y 16: «Tened mucho cuidado de vosotros mismos: puesto que no vísteis figura alguna el día en que Yahveh os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a pervertiros y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea: figura masculina o femenina.»
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo explica por qué Dios se muestra inflexible respecto a los ídolos:
"¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios." (1 Corintios 10:19-20).
Literalmente, detrás de cada ídolo hay un demonio, y Dios no quiere que las personas tengan comunión con demonios. No es de extrañar que Dios prohiba el uso de ídolos:
"No os volváis hacia los ídolos, ni os hagáis dioses de fundición. Yo, Yahveh, vuestro Dios." (Levítico 19:4).
Dios aborrece la idolatría:
"¡No!, os escribí que no os relacionárais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con ésos ¡ni comer!" (1 Corintios 5:11).
"Porque tened entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso - que es ser idólatra - participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios." (Efesios 5:5)
Dios declara aquí que los idólatras no entrarán al cielo. En el siguiente versículo, Él advierte:
"Que nadie os engañe con vanas razones, pues por eso viene le cólera de Dios sobre los rebeldes." (Efesios 5:6).
¿Está engañándolo la Iglesia Católica con palabras vanas? Usted deberá decidirlo.
La religión de la Biblia tiene como fundamento esencial que «Dios es espíritu» (Juan 4: 24). Esta frase la pronunció precisamente Jesús, que es Dios hecho carne, de modo que resulta absurdo aceptar que tras su encarnación, como argumentan algunos, queda legitimado el culto a las imágenes divinas. Justo antes de afirmar la naturaleza espiritual de Dios, Jesús le había dicho a la mujer samaritana (que como tal, adoraba a Yahveh en el monte Gerizim):
"Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren." (Juan 4: 21-23).
Esta sentencia es clave para comprender la desacralización que tiene lugar en el Nuevo Testamento. Ni siquiera los limitados espacios y objetos considerados como sagrados en el Antiguo Testamento (Jerusalén, el templo) conservan ya su naturaleza sacra. La religión hebrea era profundamente espiritual en comparación con las de su entorno. Jesús y los apóstoles llevan al extremo esta espiritualización. La primera iglesia no tenía templos ni objetos litúrgicos; se reunían en casas y contaban sólo con la Palabra, el pan y el vino. No había jerarquías y todos eran sacerdotes.
La posterior romanización y paganización del cristianismo “resacraliza” los espacios, los objetos y las personas. Es una clara regresión teológica y práctica: en lugar de potenciarse la espiritualización de la vida religiosa (espiritualización que acababa con las escasas concesiones “materialistas” del judaísmo), gran parte de la iglesia retrocede hacia prácticas idolátricas inéditas en Israel desde los tiempos anteriores al exilio babilónico.
Pero es evidente que los objetos sagrados no ayudan a la espiritualidad, sino que la obstaculizan. No hay más que ver las consecuencias que sobre el concepto de salvación tiene el culto a las imágenes o a las reliquias; jamás han favorecido la comprensión correcta del sacrificio de Jesús, sino que siempre la han oscurecido. Por no hablar de las repercusiones éticas: se realizan gastos suntuarios en arte religioso (mientras el pueblo se muere de hambre), se trata de acallar la conciencia o expiar el pecado mediante ritualismos vacuos…
Según Pablo, «no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte o el ingenio humano» (Hechos 17:29). Aunque los antiguos griegos (a los que él se dirigía en Atenas) honraban a las imágenes de sus dioses, eran conscientes de que ellas sólo los representaban. Por eso Pablo acentúa el que Dios no sea semejante a los materiales con los que se le pueda representar; en consecuencia, es inaceptable representarlo con ellos. Todo el Nuevo Testamento insiste en esta prohibición: «Huid de la idolatría» (1 Corintios 10: 14); «Guardaos de los ídolos» (1 Juan 5: 21).
Al caracterizar a las imágenes, se insiste desde la racionalidad en los aspectos que ya ridiculizaba Isaías: «Cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos» (1 Corintios 12: 2). En su denuncia del paganismo, Pablo presenta en su contra el que cambiaran «la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombres corruptibles» (Romanos 1: 23). Aunque Cristo se hizo hombre, su encarnación en modo alguno abre la vía a la representación visible de la divinidad con vistas a su adoración.
El catolicismo ni siquiera aparenta que esta doctrina haya provenido de Dios:
"Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de la Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella), definimos con toda exactitud y cuidado que las venerables y santas imágenes, como también la imagen de la preciosa y vivificante cruz, tanto las pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos" (p. 336, #1161).
Esta tradición provino de los "santos Padres" y de la "tradición de la Iglesia Católica". Se espera que usted crea que esos santos Padres fueron "divinamente inspirados" para quebrantar la Palabra de Dios. ¿Puede usted aceptar esto?
El salmista nos enseña aún más acerca de este tema:
"Los ídolos de las naciones, plata y oro, obra de manos de hombre tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen, ni un soplo siquiera hay en su boca. Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza." (Salmos 135:15-18).
En otras palabras, así como el ídolo es sordo y mudo, de igual manera todos los que hacen ídolos o confían en ellos carecen de entendimiento.
Esta es una poderosa advertencia de parte del Dios amoroso y compasivo.